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Historia sucedida a un anónimo lector, que me la ha enviado para que la cuente aquí por que quería contársela a alguien:
Era de noche y sin embargo llovía... no llovía. Era de noche, casi agosto. A las 23 horas no había ni el tato por la calle. Uno podría dedicarse a hacer cualquier actividad - siempre que fuera silenciosa - y no habría sido visto más que por dos o tres transeuntes si es que la operación duraba varias horas. Uno podría mear en medio de la carretera, cagar sobre un coche - si se para a limpiarse con primor quizá si hubiera sido descubierto por dichos transeuntes -, escupir, dar volteretas... todo en la más absoluta impunidad, por que nadie sería testigo.
Viendo el panorama, dos enamorados, el que redacta esto y su novia, decidieron salir a dar un paseo. Nada habría tenido esto de raro si no fuera por que ella, al contrario que en otros paseos por el estilo en los que llevaba un ligero vestidito tan fácil de quitar como de poner y unas chanclas, no llevaba nada. Nada de nada de nada. Ni zapatos. Nada con lo que cubrirse si se veía un peatón a lo lejos. Nada con lo que taparse si el sonido de un motor anunciaba un coche. Esta vez toda su ropa consistía en una pulsera en el tobillo.
Tampoco era cuestión de arriesgarse, pues ya se sabe que, si bien el anonimato es casi igual a la falta de testigos, en estos casos más que importar la cantidad de la gente afortunada con la que pudieran cruzarse los dos enamorados, contaba la calidad de esta: No habría importado cien personas disfrutando ni la mitad de lo que hubiera importado un familiar de él, un amigo de ella, un vecino, un conocido de cualquier clase.... Por tanto decidieron que no era ni la mitad de arriesgado salir por el garaje. Era un garaje privado y habían pasado varias horas desde aquella en la que vieron que la calle estaba vacía del todo. El riesgo era nulo. Así pues, salieron de casa, él con las llaves y la cámara y ella con su pulsera en el tobillo. Y nada más. Llegaron al ascensor y bajaron al garaje abrazados y románticos hasta que les dió un vuelco al corazón al oir "Saludame, que no me saludas" respondido por un "Llegando a casa, ¿Eh?". Al llegar abajo ella se quedó mirando y se dió la vuelta, no se sabe si para taparse o para que vieran el asunto completo, él llamó al primero y nadie dijo nada. Al día siguiente, salieron a comprar pronto y se los volvieron a encontrar, esta vez vestidos todos. Ya es casualidad, coño. Al final nos quedamos sin paseo ni nada. Otra vez será, pero ahora siempre con al menos alguna prenda, al menos donde nos pueda conocer alguien. Es una mierda, pero tiene que ser "asín". Ahora toca esperar discrección por su parte y, si no, negarlo todo.
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